Rev. D. José L. Ocasio Miranda
Parroquia San Miguel Arcángel, Cabo Rojo
“Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados que yo los aliviaré”, dice el Señor. Jesús nos invita a colocar nuestras fatigas en su Sagrado Corazón. Nos llama a cada uno de nosotros a presentarle nuestras luchas, nuestros agobios y nuestras tristezas. El Señor cambiará, en la medida que se lo permitamos, nuestras tristezas en alegría. El domingo es el día que el Señor separa para nosotros para poder depositar nuestros cansancios y agobios del día a día. Es increíble cómo esta única hora de la semana sirve para dar sentido a los seis días de la semana. Para aprovechar el domingo al máximo el Señor en el evangelio nos propone tres cosas: orar, alabar y descansar.
El Señor nos invita a orar. Es la primera acción que Jesús hace en el evangelio. Da gracias al Padre por los sencillos y los humildes. Cuando oramos hablamos con Dios. En ella presentamos nuestra acción de gracias al Señor. Nosotros como discípulos, como hijos e hijas de Dios estamos llamados a orar como el Señor lo hacía. Muchas veces escuchamos quejas y agobios de los demás e incluso de nosotros mismos. La pregunta no es cómo solucionarlo o cómo responderle. La pregunta es ¿se lo hemos presentado al Señor? ¿le hemos dicho cómo nos sentimos? Esa es la actitud de la fe. La fe nos debe mover siempre a hablar con el Señor y confiar en él en los momentos de la prueba.
Esa fe nos debe llevar a alabar al Señor. Por la fe entramos en un diálogo sereno con el Padre que está en los Cielos. Reconocemos su grandeza y las maravillas que quiere hacer en nuestras vidas. No somos huérfanos Dios vigila nuestros pasos. “Dios conoce nuestras entradas y salidas” (Ps. 128, 1). La plegaria de Jesús en el Evangelio nos recuerda que en el Cielo esta el Padre, que nos cuida y nos protege. Esto nos da confianza ya que nuestra vida no esta en las manos de cualquiera sino en las manos de Dios. El salmista nos lo recuerda también: “El Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad; el Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas” (Ps. 144, 8-9). Por eso mira al Cielo y encontrarás a Dios que se preocupa por tus necesidades y ansiedades. Mira al Cielo y encontrarás a Dios que quiere ser parte de nuestras vidas.
Una vez oramos y alabamos podemos descansar porque hemos depositado nuestras angustias en las manos del Señor. Pero también es una oportunidad para realizar una reflexión y preguntarnos, ¿dónde estoy descansando? Muchas veces creemos que descansar es hacer nada, ir a la playa, al centro comercial, ver televisión entre tantas actividades más que son necesarias. Pero el descanso que el Señor nos propone es otro que no se limita a un descanso físico, sino un descanso del espíritu. Nuestros espíritus andan inquietos con muchas situaciones, cosas que nos quitan la paz y la tranquilidad. Ejemplo claro de ello son los temblores, la pandemia, las crisis económicas y mundiales. Estamos en un tiempo de turbulencia que un tiempo de vacaciones no resuelve porque el cansancio no es físico sino interior.
El Señor nos ofrece un descanso interior, un descanso que nada ni nadie nos puede dar fuera de él. Si la gente conociera la paz del Señor dejarían sus competencias, sus envidias, soberbias y agobios en las manos de Dios. De nada nos sirve un tiempo de paz si el corazón esta en guerra. No sirve de dada no una vida sin problemas si el corazón lo llevamos atormentado por los problemas del diario, por las personas que nos hacen daño y el trabajo que día a día nos quita las fuerzas del corazón y del cuerpo. Por eso, hoy el Señor te pregunta, ¿dónde descansa tu corazón? ¿dónde desahogas tus penas? ¿dónde llevas tus problemas? Hoy el Señor te propone descansar en él: “venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera”.
Pidamos al Señor ese descanso del espíritu que tanto necesitamos. Coloca en las manos del Señor las inquietudes del corazón. No hay lugar más alto, más grande que el corazón misericordioso de Dios. No existe lugar más seguro para nuestros corazones que el corazón de Jesús. Por eso ten ánimo, cuando nuestras preocupaciones están en las manos de Dios no hay temblor, ni enfermedad que nos pueda quitar la paz y el sosiego.