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Comentario al Evangelio del Domingo 29 de Diciembre de 2024

12/29/2024

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Alejandro Carbajo, C.M.F.
https://www.ciudadredonda.org/

Queridos hermanos, paz y bien.

La Liturgia de hoy nos invita a recordar que somos familia. La celebración nos sitúa en clave familiar. Es el día de la familia. Estamos todos invitados a renovar nuestro compromiso familiar, por un lado, y a reconocernos familia dentro de la Iglesia, de la comunidad cristiana, por otro. Somos familia, somos padres, somos hijos, somos hermanos, y la Palabra de Dios nos invita a vivir con intensidad todos los días, y no sólo en Navidad.

En la primera lectura encontramos la base de la relación familiar en el respeto a los padres. Sabemos que es un mandamiento del Decálogo, “Honrarás a tu padre y a tu madre”. Los israelitas empiezan a vivirlo así. Es su forma de expresar como va integrando la experiencia humana de la vida, y en este caso de la familia, desde su relación con Dios. No es mal recordatorio, en estos tiempos en que la familia parece estar “de capa caída”, con muchos problemas y cuando parece que no hay tiempo para ocuparnos de los mayores, en la mayoría de los casos.

Esta familia de sangre, San Pablo la prolonga en la comunidad cristiana. La Iglesia también es una familia. El fundamento lo pone Pablo en esa relación familiar de los cristianos con nuestro padre Dios, que nos hizo a todos hermanos en su Hijo Jesús. Para nosotros la palabra “hermano” adquiere un significado especial y profundo, porque nos hace familia. Nuestra mirada como familia se dirige a Jesús. Él es nuestro modelo y nuestro referente. Por eso San Pablo da recomendaciones a todos los miembros de la familia, padres e hijos, desde el respeto, la obediencia, la libertad, y fundamentalmente, desde el amor.

Y lo mismo nos sirve para la comunidad parroquial. En la comunidad hace falta sobrellevarse mutuamente, perdonarse, y que sea el amor el que nos una. En la comunidad ha de estar la palabra de Dios, para iluminar las situaciones que se van viviendo. En la comunidad hace falta alegría, canto, acción de gracias, gozo. Y todo esto lo aportamos los miembros de la comunidad. Cada uno de nosotros hace la comunidad y cada uno se enriquece de lo que los demás aportan.

Sin quererlo, la noche y el día de Navidad la mirada se había concentra­do por completo en el niño. Pero ya entonces se nos recordaba cómo hay otras figuras en el «misterio», en el belén; se nos recordaba que había otras dos figuras en la realidad: María y José, los padres del niño. Hoy, pues, se nos invita a que ensanchemos algo más nuestra mirada, para que quepan esas otras dos figuras y veamos al niño formando parte de ese grupo más amplio de la Sagrada Familia, en la que tanto al padre como a la madre les corresponden unas funciones especiales para poder sacar adelante a esa criatura, para ayu­dar a crecer a esa brizna de humanidad que es el niño Jesús.

Por eso, si nos preguntamos por lo que puede ayudar a que la vida de familia no se deteriore, sino que se mantenga sana y mejore, podemos recoger estos tres mensajes.

Pri­mero, una llamada al respeto, en especial a los mayores cuyas facultades están sensible­mente mermadas. Hemos de cultivarlo a pesar de: a pesar de las rarezas y de las manías que puedan tener, a pesar de los defectos más o menos acusados que tengan. Aprendamos a ver en ellos al mismo Mesías, a pesar de las limitaciones y defectos que tenían. No hagamos daño al Mesías que está presente, aunque encubierto, en los mayores o en los más débi­les. Y añadamos el respeto a la pie­dad.

Segundo: cultivemos en las relaciones mutuas los sentimientos positivos y las actitudes positi­vas. La vida familiar ha de ser una escuela de los afec­tos. Procuremos tener un mundo afectivo rico en nuestra relación con los otros miem­bros de la familia. No nos volvamos indiferentes a ellos, no seamos inex­presivos. Cuidemos los detalles del saludo afectuoso, de la sonrisa, de la acogida cordial, de la preocupación discre­ta (y también del respeto al silen­cio de los otros), del regalo, del servicio sencillo; cuidemos el gesto del perdón cuando nos han herido. Quien cultiva diariamente lo pequeño, también sabrá adoptar las actitudes adecuadas en lo grande, en lo importante. ¿Podemos conducirnos así? Sí podemos, aunque tengamos nuestros fallos. Hay una verdad que la experiencia pone ante nuestros ojos: quien se sabe perdonado, está más dispues­to al perdón; quien se sabe acogi­do, se muestra más pronto a acoger. Y así sucesivamente. Pues reparemos un poco en lo que Dios ha hecho con noso­tros: cómo nos ha acogido entre sus hijos, cómo nos ha perdonado, cómo nos ha dado su paz.

Tercero: busquemos en todo la voluntad de Dios. José nos da un buen ejemplo de esa disposición interior, cuando secunda la inspiración interior y vela por la seguridad del niño y la madre. Quien busca la voluntad de Dios vive para más que para sí mismo, piensa en más que en sí mismo, cuida más que su propia persona.
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“Preparad el camino al Señor”

12/8/2024

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Alejandro Carbajo, cmf
https://www.ciudadredonda.org

Queridos hermanos, paz y bien.

Cada semana de Adviento se nos presenta para la reflexión a una figura diferente. En esta ocasión le toca el turno a Juan el Bautista. Es el encargado de preparar el camino al Señor. Su aparición se enmarca en unas coordenadas temporales y geográficas concretas. Porque Dios no aparece en abstracto. Se encarna en el mundo, en nuestro mundo. Y se ilumina por referencia a una vieja profecía, la del profeta Isaías, y su invitación: la de preparar un camino al Dios que va a acompañar a su pueblo de retorno del destierro de Babilonia. Y “todos verán la salvación de Dios”.  Dios está a la vista. Ese es el mensaje.

Es un mensaje de alegría, porque Dios mismo “ha mandado rebajarse a todos los montes elevados y a todas las colinas encumbradas; ha mandado rellenarse a los barrancos hasta hacer que el suelo se nivele, para que Israel camine seguro”. Es una decisión que no tiene marcha atrás, porque no descansará hasta que esa promesa se cumpla.

Hacen falta siempre mensajeros de la Palabra. Ésta no desciende sobre los grandes del mundo. No la oyeron los sumos sacerdotes del templo de Jerusalén. Ellos la rechazaron, a pesar de las pruebas que fueron viendo. Hay pocos profetas en los órganos de poder. La Palabra desciende sobre el Bautista, que vive en el desierto.

Nosotros hoy queremos acoger esa Palabra, especialmente en Adviento, y la pregunta es: ¿en qué contexto la debemos situar?  Los judíos debieron pasar por el desierto para poder entender el significado de esa Palabra. También nosotros debemos adentrarnos en el desierto.

El desierto es el lugar del silencio. Ese silencio que, en Adviento, puede ayudarnos a escuchar la Palabra de Dios. Es también el lugar donde se vuelve a lo esencial. No encuentras muchas cosas en el desierto. El alimento no se obtiene con facilidad, falta el agua, sólo hay lo que es necesario para la vida. No hay carteles publicitarios, que tanto determinan nuestras elecciones, y nos hacen perder mucho tiempo y dinero con cosas superfluas. Si no volvemos a lo esencial, si no evitamos lo superfluo, la Palabra no puede descender sobre nosotros y encontrar eco.

Desde la primera venida del Señor hasta la segunda, nos encontramos a la espera. No se nos dice hoy nada concreto, sobre lo que significa la conversión de la que hablaba Juan. La semana que viene habrá indicaciones más concretas, pero hoy podemos sugerir ya algunas cosas.

Podríamos comenzar por despojarnos del luto y la aflicción, de la tristeza. Intentar vivir en positivo. Afrontar la pena con esperanza cristiana, para poder vivir como verdaderos creyentes.
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El segundo paso que podemos dar ya es colaborar en la obra del Evangelio. San Pablo nos lo ha recordado con claridad. Que haya otras personas que sepan Quién es nuestra esperanza, el que nos mueve, para que compartan nuestra espera. Así la vida será también algo más alegre para ellos. Porque toda en la vida es un don de Dios.

Además, nuestra comunidad debería crecer en sensibilidad para todo, reaccionar ante lo que degrada la vida y la hace irrespirable: la violencia, el juego sucio, la corrupción, el egoísmo…

Para poder lograr todo esto, hacen falta momentos de desierto, de estar a solas con Dios, y momentos al lado del río Jordán, para compartir con los demás lo que vamos viviendo. Si somos capaces de compaginar los momentos de desierto y de río, seremos capaces de llegar a ser mensajeros de la esperanza. Entonces dejaremos de ser un camino intransitable, sino que seremos un camino al que el Señor puede acercarse con gozo. Entonces viviremos un verdadero Adviento. Entonces ayudaremos a que todos vean la salvación de Dios. Como verdaderos discípulos de Jesús.

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“Levantaos, alzad la cabeza.”

12/1/2024

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Alejandro Carbajo, C.M.F.
https://www.ciudadredonda.org/

Queridos hermanos, paz y bien.

Cada Adviento es una oportunidad para revisar la propia vida. Es un tiempo de esperanza, un recorrido espiritual, interior, para vivir con intensidad la presencia de Dios en medio de nosotros. Eso es la Navidad. Y el Adviento nos prepara, nos ayuda a tomar conciencia, a romper el ritmo ordinario y ponernos en alerta, en vigilancia, porque Dios va a venir a nuestras vidas, una vez más, a ver si de una vez por todas consigue hacerse un hueco en nuestro duro corazón. Y no queremos que nos encuentre dormidos, ¿verdad?

Empezamos el Adviento, como digo. Es uno de los tiempos fuertes de la Liturgia. La Santa Madre Iglesia, que es muy sabia, nos prepara así para vivir mejor la Navidad, como pasa con la Cuaresma, antes de la Pascua. En este tiempo fuerte sería bueno recurrir con mucha más frecuencia a la Palabra de Dios, que está siempre disponible. Y que esa Palabra de Dios nos fuera guiando por el camino hacia Belén.

Es hoy un día importante: ¡comienza el año litúrgico! Deberíamos entusiasmarnos ante esta magnífica organización de nuestro tiempo. En ella se reflejan una historia que ha durado siglos, y en la cual nuestro Dios ha hecho mención de sí hasta extremos inimaginables. El año litúrgico es como un breve itinerario simbólico en el que recorreremos la historia entera de la humanidad. Es como un libro de 365 páginas, que iremos pasando día a día para que Dios nos hable como en otros tiempos. Dejamos atrás el Evangelio de Marcos, y leeremos el Evangelio de Lucas. Es el ciclo “C”.
Benedicto XVI dijo que, en la Biblia, San Pablo nos invita a preparar la “venida” del Señor, que en latín es adventus, de donde viene “Adviento”, cuyo significado incluye el de visitatio (visita). “En este caso se trata de una visita de Dios: Él entra en mi vida y quiere dirigirse a mí”.

Al introducirnos en este tiempo de esperanza y conversión, el Evangelio nos confronta con la exigencia cristiana de la vigilancia. “Levantad la cabeza… Estad alerta… Estad despiertos…” La vigilancia es tema fundamental en la predicación de Jesús, como actitud para reconocer su presencia, a veces silenciosa o desconcertante, en los acontecimientos de nuestra vida.

Ya la semana pasada se nos invitaba a reflexionar sobre un tema complicado, el reinado de Jesús. No es fácil entender cómo es Rey Jesucristo, Nuestro Señor. También el evangelio de hoy es complicado. Se nos recuerda que llega la liberación. Después de haber hablado del asedio a Jerusalén, el evangelista Lucas nos recuerda la segunda venida del Salvador. Lo hace con un lenguaje propio de su tiempo, apocalíptico, o sea, revelador. A nosotros nos toca releer esas señales del mundo natural en el proceso de la historia que nos toca vivir, porque ahí se manifiesta el Espíritu.

No siempre es sencillo leer esas señales. Sentimos el miedo y la angustia, ya no porque las señales del sol, la luna y las estrellas nos quiten el sueño. Hay otros motivos, porque la situación económica con el mucho paro, las diversas crisis, la inflación, los conflictos sociales, el hambre en el mundo, el abuso de poder, la incertidumbre frente al futuro y la depresión que amenaza a muchos, son preocupantes. Todas esas estructuras injustas se podrán remover sólo cuando el amor de Dios y su justicia reinen en el corazón de cada hombre.

El mensaje de Cristo no evita los problemas y la inseguridad, pero nos muestra el camino para superarlos. Porque nosotros tenemos los mismos motivos para preocuparnos que los no creyentes, pero ser cristiano supone tener una actitud distinta y, por tanto, reaccionar de manera diversa. Esa actitud se apoya en la esperanza que nos da la fe en las promesas de nuestro Dios, que nos permite descubrir el paso de Dios por el drama de la historia. La actitud a la que nos invita el Adviento es a intentar descubrir al Cristo que viene en el mundo actual y a vivir los problemas como algo necesario para la liberación total, que pasa por la cruz.

En este Evangelio, Lucas nos hace pensar en la segunda venida del Señor. Parece que un Adviento lleva a otro. Entre ambos, entre la primera venida y la segunda, que estamos esperando, transcurre nuestro tiempo, el tiempo de la comunidad cristiana. Es el momento, lo recordábamos la semana pasada, de hacer todo lo que podamos por mejorar el mundo, para hacerlo más justo y humano. Eso implica compromisos concretos con el “vía crucis” de cada día, que viven muchos pobres por todo el mundo. Ese compromiso lo debemos adoptar cada uno, para intentar forjar una sociedad distinta, más fraterna y justa. Compartir el amor que Dios ha derramado en nuestros corazones es una forma de estar vigilantes, mientras esperamos la segunda venida de Nuestro Señor, Jesucristo.

Con la segunda venida, la verdad que está oculta aparecerá a plena luz. Todos llegaremos a conocernos mejor. Estemos atentos, Porque Cristo nace cada día. Viene por mil puertas, de mil formas. Y viene trayendo los regalos y las bendiciones de Dios, Acojámoslo. No hace falta salir a su encuentro, Él nos visita. Y cuánto quisiera que le abriéramos la puerta.
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