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Comentario al Evangelio del 4º Domingo de Pascua: Yo les doy la vida eterna.

5/11/2025

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Alejandro Carbajo, C.M.F.
https://www.ciudadredonda.org

El cuarto domingo de Pascua siempre es el domingo del Buen Pastor. Cada año, en los tres ciclos, la liturgia nos presenta un pasaje del capítulo diez de Juan, donde Jesús mismo es el verdadero pastor. Aprovechamos este texto, que tiene tintes vocacionales, para secundar la invitación que la Iglesia nos hace en este día a orar por las vocaciones Los cuatro versículos que leemos en el evangelio de hoy se han extraído de la parte final del discurso de Jesús y quieren ayudarnos a profundizar el significado de esta imagen tan extendida.


Siguiendo el mandato del Buen Pastor, Pablo y Bernabé se fueron a predicar la Buena Nueva por esos mundos de Dios, hasta Antioquía de Pisidia. Parece que no lo hicieron del todo mal, porque muchos se convirtieron a la fe que enseñaban estos dos grande apóstoles. Pero, como sucede a menudo, la envidia, que es muy mala consejera, provoca el rechazo de aquellos que vivían apegados a sus tradiciones. Algunos hicieron mal uso de su influencia, para que se prohibiera a los Apóstoles predicar con libertad. Parece que tráfico de influencias ha habido siempre.


Pero como Dios escribe recto con renglones torcidos, el rechazo en Pisidia es el comienzo de otra gran evangelización. Igual que el martirio de Esteban supuso el comienzo de la expansión de la Iglesia primitiva, la oposición de los judíos lleva a Pablo a decidir abrirse a los gentiles, “hasta los confines de la tierra”. Los gentiles se alegraron, porque les llegaba la Buena Nueva. Igual que nosotros nos alegramos, porque hemos escuchado esa Buena Noticia. Todo gracias a los desvelos evangelizadores de los Apóstoles.


En la segunda lectura, vemos a una muchedumbre inmensa. ¿De qué, o mejor, de quién nos habla el texto del Apocalipsis? Son los que en esta vida han vivido conflictos y sufrido persecuciones y dieron su vida por los demás, al igual que el Cordero. La gente los tomó por fracasados, pero para Dios son los que han triunfado de verdad.


Este texto es un buen recordatorio para que los cristianos perseguidos y agobiados aprendan a resistir con paciencia y firmeza. Lo que le pasó a Jesús, el Cordero, se realiza en ellos; si lo siguen como uno sigue a un pastor, participarán en la victoria de la resurrección. Es difícil, pero es posible.


Y el Evangelio, por un lado, quiere que conozcamos mejor quien es Jesús, el buen Pastor; por otro lado, la intención aparece en el último versículo del capítulo, cuando el evangelista dice que “muchos creyeron en Jesús en aquel lugar”. Y es que todos los encuentros con Jesús de las personas que aparecen en el evangelio de Juan acaban en una confesión de fe en Jesús: los que fueron a las bodas de Caná, Nicodemo, la Samaritana, el ciego de nacimiento…, y finalmente Tomás, el discípulo incrédulo que acaba reconociendo a Jesús como su Señor y su Dios. Todos ellos terminaron creyendo en Jesús, a pesar de las dudas; así que siempre es posible, si nos lo tomamos en serio, que nuestra fe salga fortalecida, como la de aquellos contemporáneos de Cristo.


En esta relación, en este diálogo, Él siempre toma la iniciativa. Habla con nosotros, nos busca, y por eso podemos reconocer su voz, cuando la escuchamos. Dios Trino, que es relación, se quiere comunicar con nosotros. Dios nos habla a través de su Palabra, en los acontecimientos de la vida (los buenos y los malos), en las personas que están cerca de nosotros… Dios nos habla y quiere establecer una relación personal con cada uno de nosotros, porque nos conoce a cada uno en particular. Porque es Dios y porque nos ama, nos conoce personalmente, conoce dónde estamos – mejor que cualquier GPS – y sabe lo que nos pasa, mejor que nosotros mismos.


Y nosotros, las ovejas, confiamos en Él. Podemos seguirle sin miedo, porque en su voz oímos el eco de la felicidad, la felicidad de verdad. No la efímera alegría que dan las cosas del mundo, sino la Felicidad que solo Dios puede dar. Nosotros le seguimos, y Él nos da la vida eterna. Seguramente por eso muchas de las personas con las que se encontraba el Señor creían en Él. Ninguno quedo defraudado. A todos les llegó su recompensa. Con persecuciones y sufrimiento, pero llegó.


Nosotros hemos escuchado la voz del Pastor, una voz que nos suena conocida, y que nos conoce. A lo largo de nuestra vida, hemos sentido su presencia, hemos podido apoyarnos en Él en los momentos difíciles, es nuestro tesoro, por el que merece la pena venderlo todo para poder comprarlo. Él nos regala la vida que no tiene fin, en la que no habrá ni lágrimas, ni pena, ni dolor, ni muerte.


Ese Buen Pastor se quedó con nosotros, nos dejó su cuerpo y su sangre en la Eucaristía. Aquí nos sale al encuentro, refuerza y vigoriza nuestra fe y acrecienta nuestra esperanza. Alimentados en este banquete celestial, nos envía a ser sus discípulos, como a los primeros Apóstoles, para dar testimonio de que somos sus amigos y de que le seguimos incondicionalmente, porque sabemos de Quién nos hemos fiado.
​


Cuando escribo estas líneas, el Cónclave todavía no ha elegido al nuevo Papa. Si cuando las leas ya hay nuevo Pontífice, no dejes de rezar por el sucesor de Pedro. Si no ha sido así, ora por los Cardenales, encargados de elegirlo. Para que escuchen al Espíritu Santo.
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Comentario al Evangelio del 3º Domingo de Pascua – 4 de mayo de 2025

5/4/2025

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Alejandro Carbajo, C.M.F.
https://www.ciudadredonda.org

​Queridos hermanos, paz y bien.

Acabamos de asistir al entierro del Papa Francisco, y estamos en las vísperas del inicio del cónclave que elegirá al nuevo Pontífice. Seguimos orando con toda la Iglesia. En este contexto, la liturgia nos presenta la llamada del primer Papa, san Pedro. ¿Casualidad? Más bien, el paso de Dios por nuestra vida. Porque Él siempre está ahí, aunque a veces nos cueste verlo, y la Palabra siempre nos ilumina.

Vamos avanzando por el camino de la Pascua, y Jesús sigue haciéndose presente en la vida de sus Discípulos. Tres domingos de Pascua, y tres relatos evangélicos de apariciones. El Evangelio de hoy nos narra la tercera aparición de Jesús después de resucitado. Esta vez se aparece a siete de sus discípulos junto al lado de Tiberiades. En las dos anteriores apariciones el Señor se aparece en domingo, en esta ocasión lo hace cualquier día de la semana, les visita cuando están ocupados en sus quehaceres diarios, en el trabajo.

Hay siete testigos, como digo, de la aparición del Señor. El siete ha sido siempre el número de la perfección. Y los testigos son Pedro y una muestra de los diversos discípulos que hay en todos los grupos: alguno con dudas, otros con mucho genio, uno más conservador y dos sin nombre, en los que nos podemos ver representados cada uno de nosotros.

De Pedro surge la iniciativa para volver al trabajo. Al oír esa propuesta, los otros se unen. Podíamos pensar que estaban cansados de no hacer nada, después de la muerte de Jesús. O, si lo vemos desde otro punto de vista, Pedro es el líder del grupo, y le siguen. Aunque la noche no resulta demasiado productiva.

No pescan nada, porque les falta la luz. No sólo la luz del sol, sino también la luz que es Jesús. Sin Él, aunque lo intenten, no pueden hacer nada. Sólo al amanecer llega la Luz que les indica el camino para ser verdaderos pescadores de hombres. Confiando en Él, ocurre el prodigio: una pesca milagrosa.

Ya en tierra, tiene lugar la comida. Pedro aporta parte del pescado recién atrapado. Da de lo que tiene, para ese almuerzo fraterno. El fruto, además, del trabajo de todos. Y en torno a las brasas se produce el reconocimiento: saben, sin preguntar, que es el Maestro. Reparte el pan y los peces y se restablece la comunidad que se había dispersado tras el arresto de Cristo. Pero queda todavía algo: que Pedro se convenza de que ha sido perdonado.

A las tres negaciones se contraponen tres afirmaciones de afecto. Contra los “noes”, los “síes”. Se trata de una cuestión de amor. Ese amor que no le faltaba a Pedro, aunque el miedo le pudiera en el momento de la verdad. Ahora, la encomienda: “Apacienta a mis ovejas”. Cuando se ha reafirmado su fe, llega el momento de ser la cabeza del grupo, de la Iglesia naciente.

Jesús ayuda a Pedro a que purgue y olvide su antiguo pecado. Probablemente desde ese día, Pedro no tendría escrúpulos y se sintió limpio y perdonado. Uno de los mayores enemigos del alma es el escrúpulo. La confesión da una certeza objetiva de que los pecados han sido perdonados. Otra cosa es que Pedro recordase con tristeza y sensación de sentirse pecador sus negaciones, pero sabiendo que la culpa había sido borrada. En este año del “Jubileo de la esperanza” sabernos perdonados debe darnos también a nosotros motivos para seguir adelante, con mucha esperanza.

Desde ese momento, se transforman de verdad en pescadores de hombres. Cumpliendo el mandato del Maestro, porque “hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”. Ese pequeño grupo se va incrementando progresivamente, gracias a la atrevida predicación de los testigos de la resurrección. Transmitiendo al pueblo el mensaje de vida que ellos mismos habían visto y oído. “El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis, colgándolo de un madero.” Jesús está vivo, les ha regalado su Espíritu y los acompaña en la misión. De esa certeza nace la fuerza que hace posible enfrentarse a las autoridades. A la luz del Resucitado están dispuestos a llegar hasta el final, entregando la vida cuando sea preciso. Contentos de sufrir por el nombre de Jesús.

A nuestras comunidades de hoy también se nos pide que estemos dispuestos a presentar los frutos de nuestro trabajo. Compartiendo crecemos en solidaridad y en empatía. Y, sobre todo, se nos recuerda que nuestra fuerza está en el compartir el Pan de la Eucaristía, el Cuerpo de Cristo. Juntos, en comunidad, podemos ver al Señor.
​
Porque a Jesús, a veces, no se le ve a la primera. Cuesta reconocerlo. Lo hemos visto en todos los relatos de apariciones en estas semanas de Pascua. María Magdalena, los discípulos de Emaús, los mismos Apóstoles… Pero los suyos sí saben descubrirlo. Los creyentes saben por experiencia que está vivo. Los suyos saben dónde está Él. Y los suyos son los que siguen diciendo a los incrédulos: hemos visto al Señor. Que también nosotros podamos dar ese testimonio.
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